Estamos seguros de que esos seis niños waraos que fallecieron en el transcurso de las últimas dos semanas no pudieron, jamás, disfrutar de un vaso de leche, una papilla o una compota. También de que alguna vez se beneficiaron de un esterilizador de teteros, de una vacuna o de un cuidado acorde con su desarrollo.
Por el contrario, de algo sí estamos seguros: ellos tuvieron que convivir durante su corta y limitada existencia, con moscas, enfermedades y miseria, en un lugar donde las ratas juegan con los niños. Utilizando un lugar común, y salvando el crédito para Gabriel García Márquez, se trató de la crónica de una muerte anunciada.
La indignación que reflejamos, claro, está acompañada por un dejo de desesperanza, más cuando una semana y media después del primer fallecimiento, fue que los entes de gobierno local y regional se pronunciaron al respecto. De esa manera irrumpieron en Cambalache, transportados sobre camionetas de lujo, cuando no hubo ninguna que trasladara a los dos cadáveres infantiles que tuvieron que ser sepultados bajo una mata de mango.
¿A qué jugamos con toda esta situación? El cuestionamiento no sólo va dirigido a los entes gubernamentales, sino también a nosotros como ciudadanos: ¿prestamos en realidad la debida atención al problema, o sólo nos movilizamos bajo la filosofía del “yo estoy bien y lo demás no me importa”?
La situación nos motiva a reflexionar. Hay más de un problema subyacente en el caso Cambalache, pero el principal todos lo conocemos: la presencia del basurero municipal, una escena dantesca donde familias enteras se pelean restos de comida, mientras los zamuros sobrevuelan sus cabezas.
No pretendemos ser moralistas ni sermonear a nadie, pero consideramos que es necesario encontrarle el debido valor a la muerte de esos seis niños, y la mejor manera sería de una vez por todas poniéndole coto a ese problema, con una solución que beneficie a la comunidad Warao. De lo contrario, los semáforos de Ciudad Guayana no alcanzarán para albergar a la gran cantidad de pedigüeños que generaría el hecho de, solamente, desalojarlos del lugar.
La educación, la enseñanza del valor del trabajo, la creación de una estrategia para su sustentabilidad económica, la construcción de complejos habitacionales adecuados para ellos, su acoplamiento a un sistema de salud decente y la verdadera dignificación de sus raíces son algunas de las soluciones que proponemos.
Si ellas se cumplen, Ciudad Guayana podrá jactarse de una gran satisfacción. Y, ese día fundaciones como ésta desaparecerán, pues la atención de la pobreza será un tema del pasado. ¿Quién se anota en la idea? Mientras tanto, ven y acompáñanos a Cambalache.
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